viernes, 9 de julio de 2021

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO / Evangelio Ciclo "B"


Una vez más, Marcos trata el tema de la vocación cristiana, pero en el relato de hoy nos la muestra en su doble dimensión: la elección y el envío. Normalmente entendemos la vocación como esa acción o momento en el que una persona es elegida por el Señor para subrayar de esta manera que el discípulo siempre responde a una llamada y a una iniciativa de Dios. La vocación nunca es nuestra, la hacemos nuestra cuando damos una respuesta afirmativa a esa llamada y propuesta del Señor. Pero la vocación es además un envío, porque tú no decides ni dónde estar ni lo que has de hacer. Tú estás en el lugar donde Dios ha querido que estés y para dar a conocer ahí su Reino y poder vivir ese proyecto iniciado por su Hijo.

La semana pasada fuimos testigos del rechazo que Jesús sintió, por parte de sus paisanos, en la aldea de Nazaret. Con el pasaje de hoy nos queda claro que eso no lo frenó ni desanimó, sino que, al contrario, él sigue en su empeño de cumplir el sueño del Padre: que el Evangelio sea conocido y se viva en toda la tierra. Jesús no se deja vencer por el fracaso y ahora pide a los que le acompañaron, sus discípulos, que se distribuyan y de forma fraterna sean evangelizadores. Esta confianza que Jesús pone en ellos, supone un avance en el proceso vocacional de estos discípulos.

La vocación es llamada que se convierte en envío en el momento en que otro decide por ti y requiere de tu ayuda para continuar lo que él inició. Por eso la misión es un cambio en nuestra vida, un salir de nuestro presente y acomodamiento, un salir de ti para darte a los demás, abrazar una actividad y una forma de vida que también te aporta a ti crecimiento en la fe. Lo importante no es tanto lo que hacemos sino lo que llevamos, porque por mucho que siempre hagamos, sentiremos la pobreza de nuestros medios y de nosotros mismos, y sentiremos la dureza y hasta la impotencia de no recoger los resultados esperados.

¿Pero cómo ha de ser el misionero cristiano y su vida? Marcos y los primeros cristianos de su comunidad han entendido, y así se les enseña, que la misión implica poner la confianza y hasta el abandono en Dios y no en las seguridades que podemos obtener en las riquezas, en las personas, en las comodidades… La pobreza es esencial en la tarea misionera. No tener más de lo necesario y tener la generosidad de compartir sin apropiarnos. Estar dispuesto a prescindir de todo para tener la libertad de poner la misión como lo primero y prioritario, como Jesús tiene a Dios en su corazón y toda su confianza puesta en él y en la comunidad, en donde se siente acogido y apoyado en su tarea de anuncio del Reino de Dios.

De dos en dos es el símbolo de la misión compartida, de que es la Iglesia la que realiza esa misión y nosotros con ella cuando no vamos de autónomos e independientes. Jesús no concibe su vida y su misión sin Dios y sin la Iglesia, y eso es lo que nos viene a enseñar a nosotros. No podemos ser cristianos que viven y actúan fuera y margen de la Iglesia. Es verdad que la Iglesia muchas veces nos decepciona, nos defrauda y no nos convence cuando vemos la corrupción, la incoherencia y el pecado en ella. Pero con todo ello Jesús la amó y a ti te invita en tu presente a seguir amándola.

No hemos de buscar el triunfalismo y el éxito en lo que hacemos, aunque humanamente nos gratifican los aciertos y la abundancia de buenos resultados. El anuncio del evangelio en ocasiones nos va a cansar y hasta nos puede hacer sentir impotentes porque no conseguimos la respuesta soñada. Jesús inicia un nuevo estilo de hacer misión: para todos, sin excepción de lugar ni de razas, y con la ayuda de colaboradores, en equipo.

Un día fuiste bautizado para, siendo hijo e hija de Dios, formar parte de la Iglesia y de su misión evangelizadora. La fe no es una vivencia egoísta y aislada de los demás. La fe nos compromete en ayudar a Cristo a que a todos pueda llegar la salvación. Eso es lo importante, no preocuparte sólo de tu salvación, sino desear y aportar tu granito de arena para que los demás también se salven. 

Emilio José Fernández, sacerdote

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