Los que buscaron lo encontraron, los que tuvieron fe perseveraron, y los que supieron contemplarlo lo adoraron con un corazón nuevo y lleno de luz. |
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Dentro del tiempo litúrgico de la Navidad la Iglesia celebra la solemnidad de la Epifanía del Señor (manifestación del Hijo de Dios a todos los pueblos).
Este relato del Evangelio de los Magos, como así se le conoce, es una catequesis donde se pone en evidencia lo que la comunidad cristiana de Mateo, formada casi en su totalidad por cristianos provenientes del judaísmo, experimenta en aquellos momentos en los que los judíos no aprueban a Jesús como verdadero Mesías, ni su divinidad ni que la salvación sea universal.
Por eso Mateo nos presenta los dos prototipos de creyentes a los que compara y que nos los señala como antagónicos. Los judíos rechazan a Jesús mientras que los paganos lo adoran. Los judíos están representados en la figura de Herodes y los líderes religiosos y en la figura de la Ciudad Santa, Jerusalén, como signo de la fe judía, mientras que los paganos están representados en la figura de los Magos que buscan y encuentran en Jesús al rey de los judíos, cumpliéndose en ellos las antiguas profecías. Israel rechaza a Jesús mientras que el Evangelio es de carácter universal, para todos los pueblos y para todas las razas de la tierra.
Mateo nos hace el anuncio de una Buena Noticia en un sentido doble: Dios se nos manifiesta plenamente visible en Jesús y Dios es para todos porque no es propiedad de nadie en concreto.
Dios se manifiesta no como un sol que deslumbra sino como una estrella que seduce, no es un superhombres sino un niño, no es un Mesías guerrero sino un rey de paz, no nace en una gran ciudad ni en su gran templo sino en un lugar desconocido de la pequeña aldea de Belén. Jesús rompe la trascendencia, la lejanía y el silencio de un Dios que sin dejar de ser misterio se hace pequeño y humilde. Dios no se manifiesta en Jesús con la finalidad de darnos una prueba de su existencia, sino que lo hace con la finalidad de abrirnos su corazón y de hacernos llegar su amor.
Dios no tiene preferencias por una raza o un pueblo, ni sólo por aquellos que tienen fe. Dios es para todos y ha venido para que todos lo puedan ver y sentir. Ya no hay fronteras ni extranjeros para Dios ni en su reino porque todos llegamos a ser uno en Jesús.
Estamos en una época, la nuestra, en la que está de moda la globalización, pero aún hay divisiones y enfrentamientos. Todos somos parte de la familia humana y es lo que nos recuerda este relato evangélico. Nuestro corazón ha de ser grande, no sólo hemos de amar a los nuestros sino que hemos de amar a todos.
Cristo es la luz de todos los pueblos y el que los guía a la presencia de un Dios que es encontrado por quienes lo buscan, saliendo de sus seguridades y guiados por la fe que nos permite no cansarnos de caminar ni que nadie nos detenga. Dios nunca abandona a sus hijos en la oscuridad, y les abre paso yendo delante de ellos. Seguir la estrella es una aventura como lo es la vida de todo creyente, porque en el camino de la vida humana como en el de la fe hay dudas, cansancio, deseos de abandonar o de seguir adelante, impaciencia y ganas de llegar a la meta... pero la constancia y la fidelidad acortan nuestro camino a Dios.
En los magos vemos un proceso de la fe en sus distintas etapas:
Ven una estrella que les interpela, que es la sorpresa de la novedad de Dios. Descifrar su mensaje es complicado como lo es el poder comprender a Dios, para lo cual se necesita una vida de oración, de discernimiento, etc.
Se ponen en camino que es lo mismo que desinstalarse, el deseo de renovarse, es sentirse en la inseguridad de lo nuevo y desconocido, de empezar de nuevo sin saber el final. Es la perseverancia en la noche, el no tomar decisiones a la tremenda y el saber esperar.
Adoran a Dios en un encuentro que les cambia la vida, por lo que regresan por otro camino, porque se sienten diferentes, nuevos, llenos del amor de Dios.
Ofrecen dones como una gratitud por los dones recibidos previamente de Dios. A Dios le dan lo mejor que tenían, es como ofrecerse así mismos.
Y dieron testimonio a su regreso, compartieron la buena noticia, lo que habían visto y experimentado. Se sienten misioneros, evangelizadores, estrellas que hacen llegar la luz a otros hombres y mujeres.
En un mundo de muchas oscuridades Dios sigue brillando, y aunque creamos que somos pocos sin embargos somos muchos porque somos muy variados. Dios ama a cada hombre, y lo busca aunque no todos quieren seguirlo, porque si la fe es un don también requiere de nuestro compromiso, de nuestra responsabilidad y de nuestra colaboración. No solo Dios salva sino que se salva el que desea salvarse.
Hermanos y hermanas, que nunca falte la estrella de Dios en vuestra vida de cristianos y cristianas, que aunque brille más o brille menos, nunca dejéis de seguirla y de adorar a Dios que se hace visible en nuestra humanidad, y en ella nos ama como somos y por lo que somos: sus hijos e hijas.
Este relato del Evangelio de los Magos, como así se le conoce, es una catequesis donde se pone en evidencia lo que la comunidad cristiana de Mateo, formada casi en su totalidad por cristianos provenientes del judaísmo, experimenta en aquellos momentos en los que los judíos no aprueban a Jesús como verdadero Mesías, ni su divinidad ni que la salvación sea universal.
Por eso Mateo nos presenta los dos prototipos de creyentes a los que compara y que nos los señala como antagónicos. Los judíos rechazan a Jesús mientras que los paganos lo adoran. Los judíos están representados en la figura de Herodes y los líderes religiosos y en la figura de la Ciudad Santa, Jerusalén, como signo de la fe judía, mientras que los paganos están representados en la figura de los Magos que buscan y encuentran en Jesús al rey de los judíos, cumpliéndose en ellos las antiguas profecías. Israel rechaza a Jesús mientras que el Evangelio es de carácter universal, para todos los pueblos y para todas las razas de la tierra.
Mateo nos hace el anuncio de una Buena Noticia en un sentido doble: Dios se nos manifiesta plenamente visible en Jesús y Dios es para todos porque no es propiedad de nadie en concreto.
Dios se manifiesta no como un sol que deslumbra sino como una estrella que seduce, no es un superhombres sino un niño, no es un Mesías guerrero sino un rey de paz, no nace en una gran ciudad ni en su gran templo sino en un lugar desconocido de la pequeña aldea de Belén. Jesús rompe la trascendencia, la lejanía y el silencio de un Dios que sin dejar de ser misterio se hace pequeño y humilde. Dios no se manifiesta en Jesús con la finalidad de darnos una prueba de su existencia, sino que lo hace con la finalidad de abrirnos su corazón y de hacernos llegar su amor.
Dios no tiene preferencias por una raza o un pueblo, ni sólo por aquellos que tienen fe. Dios es para todos y ha venido para que todos lo puedan ver y sentir. Ya no hay fronteras ni extranjeros para Dios ni en su reino porque todos llegamos a ser uno en Jesús.
Estamos en una época, la nuestra, en la que está de moda la globalización, pero aún hay divisiones y enfrentamientos. Todos somos parte de la familia humana y es lo que nos recuerda este relato evangélico. Nuestro corazón ha de ser grande, no sólo hemos de amar a los nuestros sino que hemos de amar a todos.
Cristo es la luz de todos los pueblos y el que los guía a la presencia de un Dios que es encontrado por quienes lo buscan, saliendo de sus seguridades y guiados por la fe que nos permite no cansarnos de caminar ni que nadie nos detenga. Dios nunca abandona a sus hijos en la oscuridad, y les abre paso yendo delante de ellos. Seguir la estrella es una aventura como lo es la vida de todo creyente, porque en el camino de la vida humana como en el de la fe hay dudas, cansancio, deseos de abandonar o de seguir adelante, impaciencia y ganas de llegar a la meta... pero la constancia y la fidelidad acortan nuestro camino a Dios.
En los magos vemos un proceso de la fe en sus distintas etapas:
Ven una estrella que les interpela, que es la sorpresa de la novedad de Dios. Descifrar su mensaje es complicado como lo es el poder comprender a Dios, para lo cual se necesita una vida de oración, de discernimiento, etc.
Se ponen en camino que es lo mismo que desinstalarse, el deseo de renovarse, es sentirse en la inseguridad de lo nuevo y desconocido, de empezar de nuevo sin saber el final. Es la perseverancia en la noche, el no tomar decisiones a la tremenda y el saber esperar.
Adoran a Dios en un encuentro que les cambia la vida, por lo que regresan por otro camino, porque se sienten diferentes, nuevos, llenos del amor de Dios.
Ofrecen dones como una gratitud por los dones recibidos previamente de Dios. A Dios le dan lo mejor que tenían, es como ofrecerse así mismos.
Y dieron testimonio a su regreso, compartieron la buena noticia, lo que habían visto y experimentado. Se sienten misioneros, evangelizadores, estrellas que hacen llegar la luz a otros hombres y mujeres.
En un mundo de muchas oscuridades Dios sigue brillando, y aunque creamos que somos pocos sin embargos somos muchos porque somos muy variados. Dios ama a cada hombre, y lo busca aunque no todos quieren seguirlo, porque si la fe es un don también requiere de nuestro compromiso, de nuestra responsabilidad y de nuestra colaboración. No solo Dios salva sino que se salva el que desea salvarse.
Hermanos y hermanas, que nunca falte la estrella de Dios en vuestra vida de cristianos y cristianas, que aunque brille más o brille menos, nunca dejéis de seguirla y de adorar a Dios que se hace visible en nuestra humanidad, y en ella nos ama como somos y por lo que somos: sus hijos e hijas.
Emilio José Fernández