En el Israel de la época de Jesús los judíos odiaban, despreciaban y consideraban pecadores a los recaudadores de impuestos que trabajaban para el imperio romano.
Zaqueo es jefe de los recaudadores de impuestos de Jericó, un hombre de baja estatura física pero también religiosa y moral, que, por su condición, es indigno de conocer y tener acceso a Jesús. Llevado por la curiosidad busca a Jesús, pero al no poder verlo por sus medios, porque la multitud se lo impide, se sube a una higuera.
A su paso es Jesús quien lo mira con ojos de misericordia y quien se autoinvita a comer en su casa, la de un pecador, algo prohibido por el judaísmo y que pone en riesgo la reputación del Mesías que quedaba así contaminado de pecado.
Con su visita Jesús libera a Zaqueo, el cual se convierte de una manera visible al mostrar a partir de ese momento su caridad y generosidad con los más pobres.
No podemos despreciar a los pecadores ni a nadie, porque Dios no lo hace, más bien Jesús ha venido para salvarnos a todos, queriendo incluso entrar en la casa del más indigno: en el corazón que solo él puede perdonar y transformar.
