Este relato de Lucas comienza con la mención por parte de un grupo de judíos, y del mismo Jesús, sobre dos acontecimientos sucedidos en los que perdieron la vida varios galileos crucificados por Pilatos y varios judíos en Jerusalén al derrumbarse la torre de Siloé.
Desde el sentir judío, estas muertes trágicas han sido provocadas por la ira de Dios en respuesta al pecado cometido por las víctimas, mientras que Jesús, mediante la parábola de la higuera estéril, nos va a mostrar la misericordia de Dios y su paciencia con los pecadores y con aquellos que no se convierten.
Aunque la viña en el Antiguo Testamento representa a Israel, esta parábola es también una invitación a examinar nuestra vida y nuestro proceso de conversión cuaresmal. En los frutos que damos es donde se aprecia si verdaderamente nuestra vida está bien regada y abonada por la escucha y práctica de la Palabra de Dios. O si, por el contrario, es una vida superficial y pasajera como la de la higuera que solo se conforma con echar hojas pudiendo dar higos.
Nosotros tal vez nos conformemos con nuestras prácticas religiosas y piadosas, pero Dios no se conforma cuando sabe que podemos aportar mucho más y vivir una vida en santidad. Porque nos quiere y nos conoce, Dios no solo nos perdona, sino que también sabe esperar como nadie lo hace cuando nuestra conversión es lenta o cuando nos resistimos a la llamada a la conversión. A su vez, Jesús nos pide que no juzguemos ni condenemos a nadie, más bien, que tengamos con los demás la paciencia que Dios tiene con nosotros.
