Lucas 13, 1-9
Jesús va anunciando el reino de Dios con sus discursos públicos y con actuaciones que no dejan ajeno a nadie, porque provocan todo tipo de reacciones (admiración, rechazo, división y tensión). Llegado a este punto, aparecen unos mensajeros para informarle a Jesús del sacrilegio cometido por Pilato al mezclar la sangre de unos galileos a los que había mandado matar con la sangre de los sacrificios rituales que estos estaban haciendo. Jesús ha sabido descubrir que esta información tiene también la intención de lanzarle una advertencia a él, que también es galileo, de cual puede ser su final y el de los suyos, también galileos, si no cambia de conducta.
Jesús contrataca advirtiendo que esas muertes no son obra de Dios como tampoco lo fue la caída de la torre de Siloé, en Jerusalén, en la que murieron judíos y no galileos. Jesús viene a corregir el pensamiento judío que interpretaba las catástrofes, las desgracias personales, las enfermedades… como castigo de Dios. Esto hacía sentirse bendecidos por Dios a quienes gozaban de bienestar, especialmente las clases sociales pudientes. Jesús aprovecha estas dos tragedias acontecidas recientemente para hacer entender a sus contemporáneos que las desgracias no tienen que ver con la voluntad de Dios ni conque uno sea pecador. Pero Jesús concluye esta parte de la escena enseñando que todo lo que sucede como desgracias fatídicas no son un castigo de Dios sino una invitación a la conversión. Y todo ello es otra manera que tiene Jesús de decirnos, como lo ha hecho en otras ocasiones, que hay que saber discernir los signos de los tiempos, porque Dios nos habla a través de los acontecimientos históricos. Pero las interpretaciones que se puedan hacer pueden estar contaminadas de ideologías, intereses, etc. Por ellos hay que saber interpretar lo que sucede a la luz del Evangelio.
Jesús culmina este discurso con la parábola de una higuera que lleva tres años sin dar fruto, por lo que el dueño, agotada su paciencia, decide cortarla. Finalmente retrasa su decisión un año más cuando el viñador pide al dueño una nueva oportunidad para la higuera estéril que no da higos.
La higuera en la Biblia simboliza al pueblo de Israel, es decir, aquellos que escuchaban esta parábola. Pero su mensaje es de total actualidad y se la puede aplicar así mismo la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, y cada uno de los que nos consideramos cristianos. Por tanto, una comunidad de creyentes que no dé fruto no tiene razón de ser, por mucha hojarasca que tenga a través del aparentar lo que no se es. Y, en definitiva, todos podemos ser ese árbol cansado, desilusionado, acomodado, que vive de hábitos y costumbres aparentemente religiosas pero inútiles.
Dios, que es defensor de la vida, prefiere cortar la higuera, aunque todavía queda un resquicio de esperanza. Es entonces cuando el viñador (Jesucristo), le pide al dueño de la viña (el Padre) una nueva oportunidad, porque confía en que la higuera, con un poco de cuidado y de tiempo, dé fruto. Jesús aparece como el que suplica e interviene por cada comunidad cristiana y se compromete a cuidarla con su Palabra y los Sacramentos para que se convierta y, alcanzando la santidad, dé buenos frutos agradables al Padre. Aquí tenemos visible la paciencia y la misericordia divina.
Lucas nos muestra que para Dios la conversión no es un deseo o propósito humano que nos lo podemos tomar como hobby o entretenimiento, sino que es una cuestión de vida o muerte, pues ante el reino de Dios hay que decidirse, optar y posicionarse. No se puede vivir en la ambigüedad y hay que darse prisa porque el tiempo pasa y la vida terrena es corta.