Lucas 2, 41-52
En este domingo posterior a la solemnidad de la Navidad, la Iglesia celebra todos los años la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. El texto que hoy se proclama del evangelista Lucas pertenece a uno de los capítulos de la infancia de Jesús. En él se nos narra la visita que Jesús, junto a sus padres, hizo a Jerusalén y al Templo a la edad de los doce años. Según la Ley, todo judío tenía que visitar Jerusalén tres veces al año al llegar a los doce años, y es en la fiesta de la Pascua en la que el autor nos coloca este suceso.
Todo lo que sucede serán pinceladas y pistas de lo que ocurrirá a lo largo de la vida de Jesús, la cual estará centrada en los intereses de Dios, su Padre. Es en Jerusalén y en su primera Pascua cuando tenemos las primeras palabras de Jesús, con las cuales deja muy claro desde el principio cuál es su vocación y la consecuente separación que se irá dando entre él y su familia más directa para poder vivir su misión.
Lucas nos hace un paralelismo entre la primera y la última Pascua de Jesús, porque, al igual que en esta primera Pascua Jesús se pierde y es encontrado a los tres días por sus padres, en su última Pascua Jesús, también en la ciudad de Jerusalén, será condenado a muerte y, convencidos de que muerto se “perderá” para siempre, será “encontrado” resucitado por sus discípulos a los tres días.
Observamos a un Jesús que se nos ha presentado en las escenas de su nacimiento en su divinidad - como Mesías de Israel y Señor del universo – y ahora lo vemos en su humanidad, creciendo progresivamente en sabiduría, en estatura y en gracia de Dios y los hombres, con una madurez que va adquiriendo progresivamente.
Lucas no pretende escribir un relato histórico ni unas memorias de la vida de Jesús, sino hacer una reflexión teológica a la luz de la fe, en la que nos muestra a un Jesús que se desliga de la familia, de las categorías religiosas y culturales judías para poner como fundamento de su vida al Padre ya desde niño.
Jesús pronuncia unas palabras que desconciertan a José y a María pero que muestras la incomprensión de estos padres ante la actitud, actos y palabras de su hijo, incomprensión que se dará a lo largo del evangelio por parte de los dirigentes, del pueblo y de los discípulos.
María lo guarda todo en su corazón porque no es fácil comprender los planes del Dios, pero vemos en ella tres pasos necesarios para aprender a confiar en el Señor: el primero, es buscarlo (“José y María se ponen en camino y lo buscan”); el segundo, es creer en Él, siendo María “la que ha creído”; y el tercero, es meditar la palabra de Dios “María conservaba todo esto en su corazón”.
Jesús tuvo su propia familia formada por él, por José y María. No siempre son fáciles las relaciones y la convivencia entre los miembros que comparten un mismo hogar. No es fácil para unos padres la educación de los hijos e ir aceptando que en la medida en que van creciendo, van adquiriendo su propia personalidad y la necesidad de sentirse más libres, de buscar y hacer su propio camino, su propia vida. A veces ser padre no consiste sólo en cuidar y proteger a los hijos, sino en acompañar en ese silencio que te hace callar y disimular el dolor de lo que no entiendes o de tu impotencia como padre o como madre. El amor de unos padres hacia un hijo no permite desentenderse de los problemas y del sufrimiento del hijo, menos todavía cuando lo consideran en peligro, pero sí tendrán que ir aprendiendo que a cada edad tienen que ir adaptándose a los cambios que experimenta.
Un matrimonio empieza solo y termina solo cuando los hijos comienzan a vivir su propia vida. Y un hijo, a cierta edad, deseará vivir sus sueños y hacer realidad sus proyectos. Lo bonito es que José y María viven para Dios y han cumplido siempre su voluntad. Y que su hijo quiere hacer también lo mismo, vivir desde Dios y hacer su voluntad, ya desde niño. Dios está presente siempre y en cada momento y experiencia que les toca vivir a estas tres personas, a esta familia ejemplar. Es una familia en la que habrá gozos y sufrimientos, en la que comprenderse mutuamente no será siempre fácil desde el punto de vista humano, pero será la fe y el amor a Dios lo que los unirá y los hará grandes, en lo individual y como familia. Y serán referencia de familia para todas las familias cristianas, también la tuya.
Emilio José Fernández, sacerdote