viernes, 5 de noviembre de 2021

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO / Evangelio Ciclo "B"


Nos encontramos este domingo con uno de los pasajes que vienen a hablarnos de lo justo y misericordioso que es Dios, porque su mirada penetra el corazón humano, lo oculto y lo secreto, como nadie más lo puede hacer. Marcos nos muestra una vez más su habilidad para moverse en los contrastes, como ocurre en las dos conductas contrapuesta que coloca en un mismo escenario para enseñar, orientar y advertir a la comunidad cristiana de todos los tiempos.

Los letrados son un eje fundamental de la religión judía por ser los mejores conocedores de las Sagradas Escrituras, los que la interpretaban y los que la enseñaban en defensa de los más pobres, todo lo contrario de lo que realmente hacían. Aparecen definidos por Jesús como los que tienen ansias de poder, teniendo por actitudes, la codicia, la vanidad, la avaricia, la hipocresía. Son, como diríamos en el lenguaje de nuestro tiempo, unos aprovechados. Les encantan los primeros puestos, ser reverenciados por las calles, sentirse diferentes y mejores que los demás por vestir llamativamente… Lo que podría parecernos que no es peligroso, Jesús nos lo muestra como una enfermedad espiritual del alma y del corazón: aparentar ante Dios (mucha sinagoga, muchos rezos visibles, mucho postureo religioso…) y aprovecharse de los demás (banquetear con los ricos, devorar los bienes de las viudas…). Dos formas de vivir la fe que Jesús considera totalmente antagónicas.

Para resaltar el pecado de los letrados, Jesús coloca en el centro de la escena a una viuda, no una de entre tantas sino la más necesitada. Pero lo que engrandece a esta mujer no es su condición social sino su generosidad con Dios y con los que menos tienen, resaltando en ella lo que les falta a los letrados. Ahora Jesús aparece como un juez implacable con los que alardean de su poder, dinero y situación social destacada para abusar y aprovecharse de los débiles. Y aparece como juez defensor incansable de los más pobres.

Resulta que los que más tenían no compartían y eran medidos a la hora de hacerlo, y la que poco tenía ha dado más que nadie. Y como protagonista también esa mirada de Jesús que ve más allá de las apariencias, dicho de otra manera: por muy religiosos y creyentes que nos creamos, al Señor no lo podemos engañar cuando no tenemos un corazón humilde y generoso. Ninguna ofrenda, ninguna acción y ninguna práctica piadosa agrada a Dios si no somos considerados con los demás.

Desde la mentalidad judía y social de la época, el hecho de vivir en la abundancia era signo de haber sido bendecido por Dios. Todo lo contrario de vivir en la pobreza, y más aún si era extrema: la miseria. Y aquí Jesús sorprende una vez más cambiando e invirtiendo esa percepción, como novedad de su Buena Noticia: los pobres, humiles, generosos… alcanzarán el Reino de Dios, mientras que serán excluidos de él los que viven en la abundancia y sin compasión con los demás, sin acordarse ni tener en cuenta a los menos favorecidos. Dios no valora el corazón de los ricos que dan de lo que les sobra, mientras valora y alaba el corazón de una mujer viuda que ha dado y comparte hasta lo que necesitaba.

Hoy el Evangelio nos enseña a vivir con un sentido más humano en una sociedad como la nuestra tan competitiva, individualista y con demasiado apego a lo material. Vivimos en una sociedad enferma que vive obsesionada en el tener porque entendemos que quien tiene dinero, un buen trabajo, poder, prestigio, influencia… sale adelante en la vida y triunfa, para lo cual vivimos dedicados a nuestros negocios, trabajos… sacrificando tiempo con la familia, tiempo para ayudar a otras personas. Por llenar los bolsillos también perdemos el disfrute de tantas cosas necesarias y bellas de la vida.

Hoy el Señor nos enseña y nos pide que dejemos de valorar a las personas por lo que tienen o han conseguido para que las valoremos más por su capacidad de entrega y de solidaridad, por la capacidad de ayudar a otras personas. Y los cristianos cuando ayudamos a otras personas no lo hacemos sólo desde un sentido humanitario sino creyente, porque desde la fe en Jesucristo el otro es además mi hermano.

Si nos miramos a nosotros mismos, la mayaría de las veces que ayudamos a los demás damos de lo que nos sobra, y tal vez eso no tenga ningún valor y mérito, como, por ejemplo, cuando damos la ropa que se nos ha quedado vieja y que nos estorba en el armario. Sabemos dar lo que nos sobra y cuánto nos cuesta estar cerca de quien necesita nuestra compañía y nuestro apoyo, porque preferimos no compartir nuestro tiempo y nuestro descanso.

El Evangelio de hoy hace de espejo para que nos retratemos o en los letrados o en la viuda, por tanto, En sinceridad: ¿Quién de los dos eres tú? 

Emilio José Fernández, sacerdote

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