Jesús ya ha tenido encuentros con los fariseos, un grupo religioso ortodoxo judío, que solían ser fanáticos cumplidores de las leyes religiosas judías, pero, en esta ocasión, en este encuentro con los fariseos y maestros de la Ley, Jesús no sólo se va a sentir cuestionado por estos y va intentar justificar su actos, sino que se va a enfrentar a ellos con un ataque enérgico para desmotar públicamente sus mentiras y sus acciones falsas.
Ellos interpelan y acusan a los discípulos del Maestro de no cumplir la Ley (Toráh) ni las tradiciones judías (Misná), que Jesús hubo de aprender y conocer desde niño en su hogar y junto a su familia como buen judío y conocedor del Antiguo Testamento que era. En los evangelios nos encontramos con un Jesús que unas veces defiende la Ley de manera estricta y que otras veces la reduce al mandamiento del amor. Lo que Jesús va a denunciar es todo el montaje de añadidos humanos con el que han ido envolviendo la Ley y las tradiciones para ofrecerlo como el verdadero camino que ha de seguir todo creyente judío para estar más cerca de Dios, y que al final más que una ayuda o instrumento se convierte en un obstáculo para vivir, desde la religión, el encuentro con Dios. Jesús denuncia toda la hipocresía y la corrupción económica del Templo, promovida por los líderes religiosos y muy visible en la conducta farisea. Jesús aprovecha para enseñarnos que lo importante no es el culto que consiste en la realización de normas, ritos y costumbres, que son muy respetables, pero que es insuficiente si no va todo eso acompañado de una conversión del corazón que nos lleve al amor fraterno. Lo primero no puede ser excusa para no hacer lo segundo.
Jesús denuncia: primero, que los que se suponen que son los guardianes de la Ley han ocultado a los demás el verdadero rostro de Dios al aferrarse a tradiciones humanas y creadas por ellos mismos; segundo, que la Ley ha sido convertida, por la dificultad de cumplirla en ocasiones, en una carga pesada y asfixiante para el pueblo, que se siente oprimido en su libertad a consecuencia de ello.
Jesús no da valor a los actos y gestos externos que podamos tener y hacer, aunque sean ritos religiosos para agradar a Dios, sino que da valor a la pureza interior de la persona que es donde está la verdad del hombre y de la mujer. Por lo tanto, la pureza se consigue a través de un proceso de conversión profundo y personal, y eso es lo que Dios valora en nosotros. Jesús pone a Dios y a las personas por encima de lo que pueda atentar contra el amor y la libertad.
Este texto pone de manifiesto un problema que había en las primitivas comunidades cristianas en las que muchos de sus miembros provienen del judaísmo y traen muy arraigadas sus costumbres y tradiciones judías, con la convicción además de que han de predominar e imponerse a los conversos que vienen del paganismo. Este problema de entonces no creamos que se ha quedado en el pasado, sino que también es muy actual y está muy presente en la Iglesia de hoy, pues en nuestro tiempo también hay cristianos a los que podíamos considerar “nuevos fariseos”, y tal vez nosotros mismos lo seamos. Y somos fariseos cuando nuestra vida cristiana la reducimos a una piedad externa realizando actos piadosos con los que damos una fachada de ser correctamente cristianos, pero por dentro estamos llenos de pecados e imperfecciones por falta de una auténtica conversión. Cuando el corazón no está convertido, lo que vivimos y lo que hacemos no va lleno de amor, de entrega, de servicio…, Y, aunque nos creamos muy religiosos, luego somos incoherentes con el Evangelio cuando no perdonamos, cuando no compartimos, cuando criticamos a los demás, cuando no prestamos nuestra ayuda de manera generosa… Para Jesús, la persona mala no es la que hace cosas que se consideran malas, porque la maldad de donde sale es del corazón. El que está podrido es el corazón, y de un corazón podrido y corrupto nuestras obras y acciones son el reflejo de lo que llevamos dentro. Todos queremos cambios en un mundo donde hay mucho por mejorar, pero si primero no cambiamos nosotros, viviremos en una ilusión que nos llevará a una realizad inalcanzable. Por eso Jesús insiste tanto en que la solución es el cambio interior, que es el que hará cambiar tus obras y acciones, tu exterior. Hay que cambiar desde dentro hacia fuera, o si no todo quedará en buenos propósitos y en cambios superficiales.
Emilio José Fernández, sacerdote