Nuevamente nos encontramos a Jesús de camino, conociendo a gente, pues continuamente se agregaban miembros al grupo de sus seguidores y Él no cesaba de enseñar a todos los que le escuchaban.
En las palabras de Jesús que hoy meditamos, nos encontramos con dos discursos diferentes y unidos: los fariseos salen al encuentro y lo acosan con un tema muy delicado para los creyentes de la sociedad de aquel tiempo y para la de nuestra época; y el rechazo de los discípulos a los niños. Mujeres y niños son nuevamente los protagonistas de fondo de una escena dedicada a los excluidos de la sociedad y de la religión por considerarlos de un rango inferior. Y Jesús sale al paso rompiendo los esquemas sociales para, con un corazón tremendamente humano y misericordioso, centrarse y centrarnos en el valor de la persona por el hecho de ser un hijo y una hija de Dios.
Los fariseos lanzan una pregunta a Jesús sin esperar una respuesta, porque lo que pretenden es ponerlo a prueba y que éste se manifieste públicamente. Para los judíos el divorcio estaba regulado por la Ley de Moisés que se basaba en la intención de dar protección a la mujer y de darle libertad. Lo que en la práctica ocurría era que el hombre podía obtener el divorcio con mucha facilidad, lo cual hacía que las mujeres se sintieran humilladas. En las escuelas rabínicas los rabinos (maestros de la Ley) lo que discutían no era la validez del divorcio sino las causas por las que se podía conceder. Entre las causas para poder solicitar el marido el divorcio se encontraba: desde que a la esposa se le quemara la comida, o que el esposo encontrase más atractiva a otra mujer, hasta el caso de que la mujer fuera descubierta en adulterio.
Jesús desconcierta a los fariseos porque no se mete en discusiones de escuelas sino que llega al fondo de la cuestión y revienta con su crítica las prácticas de divorcio como la misma ley de Moisés en la que se basan, porque a ambas las considera un obstáculo para el plan de Dios. Jesús va más allá y hace una nueva interpretación que viene a superar la que ya se encontraba en el libro del Deuteronomio en donde se recogían las leyes mosaicas.
Jesús viene a decirnos que el plan de Dios es la igualdad entre el hombre y la mujer, y una igualdad desde el amor que les une de manera incondicional mediante el matrimonio. Por lo tanto sobran otros intereses a la hora de la unión matrimonial. Y con esta interpretación y modo de entender el matrimonio, Jesús ha tocado hueso, porque eso le supondrán un enfrentamiento con las corrientes de pensamiento y prácticas patriarcales de gran contenido machista, que daban autoridad al esposo para expulsar del hogar a su esposa. Jesús no contradice la Ley sino que lo que hace es poner unos requisitos y límites para que no haya un abuso de poder por parte del esposo; así, de esta manera, defiende a la parte más débil, que normalmente era la mujer.
Para los israelitas la igualdad de los cónyuges que predica Jesús tuvo que escocer y provocar el rechazo, porque impedía que el hombre pudiera repudiar con tanta facilidad a la mujer. Y para los de cultura greco-romana, en la que la esposa también podía expulsar del hogar al esposo, tuvo que resultar llamativa.
Evidentemente Jesús ofrece, más que una normativa para cumplir, un estilo nuevo de vivir las relaciones humanas dentro del matrimonio, el cual también forma parte del seguimiento del Maestro. Para el evangelista Marcos no hay un interés por entrar a discutir en aquel debate abierto en la sociedad judaica, sino que lo que pretende es mostrar las pautas que han de definir a las comunidades cristianas, que se fundamentan en el amor sin condiciones que, a su vez, fortalece la igualdad de las relaciones entre los hombres y las mujeres. Comunidades que han de ser sensibles y estar preocupadas por los más débiles e indefensos. Por tanto, el amor al estilo de Jesús, sin límites ni condiciones, es el que da sentido al matrimonio cristiano y a las comunidades cristianas.
La otra parte de este relato viene introducida por la actitud represiva de los discípulos con los niños, que provoca la intervención de Jesús que denuncia el orgullo y la soberbia de quienes se sienten superiores con los que son considerados inferiores. Todo viene porque entre los que seguían a Jesús iban familias con sus hijos pequeños. Pero el problema no era el que los niños molesten sino que los niños no tenían ningún valor ni se tenían en cuenta para nada. Para los discípulos el Reino de Dios era cosa de adultos porque para pertenecer a éste había que hacer méritos. Sin embargo, para Jesús el Reino de Dios es gratuidad, es un regalo del Padre. Jesús nos aclara que la actitud buena para recibir y formar parte del Reino de Dios es la de los niños, que confían, son obedientes y se dejan querer.
El Reino de Dios precisamente tiene como principales destinatarios a los que no cuentan en la sociedad civil ni en la sociedad religiosa, que normalmente son a los que se les pone impedimentos por parte de las mentes retorcidas y de los que manejan el poder y la autoridad.
Por eso Jesús aprovecha para corregir en sus discípulos las conductas que vienen motivadas por unos valores contrarios a los que representa el Reino de Dios. La reacción de enfado de Jesús con sus discípulos desemboca en un gesto visible y ante el cual nadie puede quedar indiferente: Jesús abraza a los niños para enfatizar el amor de Dios por los pequeños y los débiles. La figura del niño representa a un amplio sector de la sociedad de nuestro tiempo, incluso de miembros de la Iglesia, que viven en la marginación porque no son tomados en cuenta, ni considerados necesarios ni de provecho. Y a veces se trata de países y de continentes enteros.
Jesús en el relato de hoy nos recuerda a los cristianos que la esencia del matrimonio cristiano es el amor vivido en la fidelidad de los conyuges y el respeto entre ellos. El matrimonio es una responsabilidad de los dos esposos que ha de tener como objetivo el bien de ambos. El matrimonio no es la esclavitud de uno de ellos sino la unión libre de los que conviven por amor. Por eso, el matrimonio que se vive desde Cristo no es una carga sino que es una vocación y un camino de santidad.
En las palabras de Jesús que hoy meditamos, nos encontramos con dos discursos diferentes y unidos: los fariseos salen al encuentro y lo acosan con un tema muy delicado para los creyentes de la sociedad de aquel tiempo y para la de nuestra época; y el rechazo de los discípulos a los niños. Mujeres y niños son nuevamente los protagonistas de fondo de una escena dedicada a los excluidos de la sociedad y de la religión por considerarlos de un rango inferior. Y Jesús sale al paso rompiendo los esquemas sociales para, con un corazón tremendamente humano y misericordioso, centrarse y centrarnos en el valor de la persona por el hecho de ser un hijo y una hija de Dios.
Los fariseos lanzan una pregunta a Jesús sin esperar una respuesta, porque lo que pretenden es ponerlo a prueba y que éste se manifieste públicamente. Para los judíos el divorcio estaba regulado por la Ley de Moisés que se basaba en la intención de dar protección a la mujer y de darle libertad. Lo que en la práctica ocurría era que el hombre podía obtener el divorcio con mucha facilidad, lo cual hacía que las mujeres se sintieran humilladas. En las escuelas rabínicas los rabinos (maestros de la Ley) lo que discutían no era la validez del divorcio sino las causas por las que se podía conceder. Entre las causas para poder solicitar el marido el divorcio se encontraba: desde que a la esposa se le quemara la comida, o que el esposo encontrase más atractiva a otra mujer, hasta el caso de que la mujer fuera descubierta en adulterio.
Jesús desconcierta a los fariseos porque no se mete en discusiones de escuelas sino que llega al fondo de la cuestión y revienta con su crítica las prácticas de divorcio como la misma ley de Moisés en la que se basan, porque a ambas las considera un obstáculo para el plan de Dios. Jesús va más allá y hace una nueva interpretación que viene a superar la que ya se encontraba en el libro del Deuteronomio en donde se recogían las leyes mosaicas.
Jesús viene a decirnos que el plan de Dios es la igualdad entre el hombre y la mujer, y una igualdad desde el amor que les une de manera incondicional mediante el matrimonio. Por lo tanto sobran otros intereses a la hora de la unión matrimonial. Y con esta interpretación y modo de entender el matrimonio, Jesús ha tocado hueso, porque eso le supondrán un enfrentamiento con las corrientes de pensamiento y prácticas patriarcales de gran contenido machista, que daban autoridad al esposo para expulsar del hogar a su esposa. Jesús no contradice la Ley sino que lo que hace es poner unos requisitos y límites para que no haya un abuso de poder por parte del esposo; así, de esta manera, defiende a la parte más débil, que normalmente era la mujer.
Para los israelitas la igualdad de los cónyuges que predica Jesús tuvo que escocer y provocar el rechazo, porque impedía que el hombre pudiera repudiar con tanta facilidad a la mujer. Y para los de cultura greco-romana, en la que la esposa también podía expulsar del hogar al esposo, tuvo que resultar llamativa.
Evidentemente Jesús ofrece, más que una normativa para cumplir, un estilo nuevo de vivir las relaciones humanas dentro del matrimonio, el cual también forma parte del seguimiento del Maestro. Para el evangelista Marcos no hay un interés por entrar a discutir en aquel debate abierto en la sociedad judaica, sino que lo que pretende es mostrar las pautas que han de definir a las comunidades cristianas, que se fundamentan en el amor sin condiciones que, a su vez, fortalece la igualdad de las relaciones entre los hombres y las mujeres. Comunidades que han de ser sensibles y estar preocupadas por los más débiles e indefensos. Por tanto, el amor al estilo de Jesús, sin límites ni condiciones, es el que da sentido al matrimonio cristiano y a las comunidades cristianas.
La otra parte de este relato viene introducida por la actitud represiva de los discípulos con los niños, que provoca la intervención de Jesús que denuncia el orgullo y la soberbia de quienes se sienten superiores con los que son considerados inferiores. Todo viene porque entre los que seguían a Jesús iban familias con sus hijos pequeños. Pero el problema no era el que los niños molesten sino que los niños no tenían ningún valor ni se tenían en cuenta para nada. Para los discípulos el Reino de Dios era cosa de adultos porque para pertenecer a éste había que hacer méritos. Sin embargo, para Jesús el Reino de Dios es gratuidad, es un regalo del Padre. Jesús nos aclara que la actitud buena para recibir y formar parte del Reino de Dios es la de los niños, que confían, son obedientes y se dejan querer.
El Reino de Dios precisamente tiene como principales destinatarios a los que no cuentan en la sociedad civil ni en la sociedad religiosa, que normalmente son a los que se les pone impedimentos por parte de las mentes retorcidas y de los que manejan el poder y la autoridad.
Por eso Jesús aprovecha para corregir en sus discípulos las conductas que vienen motivadas por unos valores contrarios a los que representa el Reino de Dios. La reacción de enfado de Jesús con sus discípulos desemboca en un gesto visible y ante el cual nadie puede quedar indiferente: Jesús abraza a los niños para enfatizar el amor de Dios por los pequeños y los débiles. La figura del niño representa a un amplio sector de la sociedad de nuestro tiempo, incluso de miembros de la Iglesia, que viven en la marginación porque no son tomados en cuenta, ni considerados necesarios ni de provecho. Y a veces se trata de países y de continentes enteros.
Jesús en el relato de hoy nos recuerda a los cristianos que la esencia del matrimonio cristiano es el amor vivido en la fidelidad de los conyuges y el respeto entre ellos. El matrimonio es una responsabilidad de los dos esposos que ha de tener como objetivo el bien de ambos. El matrimonio no es la esclavitud de uno de ellos sino la unión libre de los que conviven por amor. Por eso, el matrimonio que se vive desde Cristo no es una carga sino que es una vocación y un camino de santidad.
Emilio José Fernández, sacerdote