Quien ama a Dios ve al prójimo de otra manera, hasta amarlo como hermano. el amor a Dios nos hace nuevos y con mirada nueva. |
Ha pasado tiempo desde que Jesús comenzara su misión de anunciar el Reino de Dios, recorriendo caminos y visitando ciudades. Sus acciones y sus palabras han ido creando dudas, especialmente entre los dirigentes de la religión judía. No lo comprenden y hasta lo sienten una amenaza para la fe, porque siembra dudas; y una amenaza para sus intereses, porque aumenta el número de los seguidores de Jesús.
Un letrado que ha escuchado hablar a Jesús le hace una pregunta con la intención de ponerlo a prueba o con la intención de que le responda a una duda.
Jesús no sólo le responde con unos conocimientos que dejan ver su sabiduría, sino que le responde con una autoridad que hace que se gane el respeto de este jurista, porque lo que está en juego no es el poner a examen los conocimientos de Jesús sobre la Ley, sino poner a examen la forma en que Él la interpreta.
Jesús sorprende porque preguntado por el mandamiento primero o principal, responde añadiendo a éste el segundo, y haciendo una unión de ambos, dando a entender que ninguno de ellos se entiende sin el otro.
Y ambos mandamientos subrayan y se sustentan en el amor. Sin amor en la vida de un creyente todo lo demás carece de valor, se queda hueco y se derrumba. El amor cristiano, nos viene a decir Jesús, tiene dos centros, el amor a Dios y el amor al prójimo. Se trata de un mismo amor en una misma intensidad, dos formas de amar inseparables. A Dios no se puede entender sin el hombre y al hombre no se puede entender sin Dios. No se puede amar a Dios si no amas al hombre y no puedes amar al hombre si no amas a Dios. Son las dos caras de una misma moneda.
El amor a Dios para Jesús no es un mero sentimiento sino que es una entrega total cuando lo pones en el centro de todo y por encima de todo. Dios no se contenta con poco ni a Dios le puedes dejar las sobras, o tenerlo en un rincón de tu corazón. Él no puede quedar como un adorno en tu vida o como el teléfono de "urgencias" al que llamas cuando estás en apuros. Dios es mucho más. Dios lo tiene que ser todo para ti. Hay que amar a Dios a lo grande, sin complejos, sin miedos, sin reservas y sin comparaciones. Creer en Dios va más allá del mero hecho de conocerlo: porque cuando de verdad se cree, de verdad se ama.
Y quien ama a Dios ha aprendido a vivir la vida de otra manera, a disfrutarla desde sus esencias, a liberarse de comodidades que esclavizan y de deseos que crean dependencia. Quien ama a Dios vive la vida apasionadamente y con la alegría que da el ver las cosas en positivo y con esperanza.
Quien ama a Dios se siente hijo y se siente hermano de todos y se compromete con el que tiene más cerca, su prójimo (el próximo). Y ama a sus hermanos desde la entrega y el servicio que supone darle la misma importancia a ellos y a sus necesidades, tanta como a las suyas propias.
Me llama la atención que Jesús no dice: "Amarás a tu prójimo más que a ti mismo", sino que más bien dice: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Hay gente que cuando ama al otro más que así mismo vive en una dependencia angustiosa porque termina haciendo al otro tanto el centro de su vida, que vive sólo para el otro y se descuida de sí mismo. Esa dependencia puede ser enfermiza y destructiva.
Jesús no habla de un amor que lleve toda tu vida a una dependencia del otro y de los demás. Porque Jesús parte de un hecho, que yo quisiera destacar hoy: aunque ames mucho a los demás no puedes dejar de amarte a ti mismo, pues la caridad empieza con uno mismo para continuar en el otro. Tú también necesitas quererte y cuidarte pero sin olvidarte ni dejar de querer y cuidar a los demás. No te encierres en ti y ábrete a los otros. Así serás libre, con satisfacción interior inmensa y con un afecto ordenado. Porque el amor cristiano, en amor a Dios y en amor a los demás, sana, hace crecer y llena de felicidad.
Con esta respuesta de Jesús, dice el texto del Evangelio, nadie más se atrevió a preguntar. Porque ya está todo dicho y porque la palabra de Jesús no se puede poner en duda. Sobran las preguntas, ahora hacen falta vivir las respuestas, porque los hechos hablan de lo que tenemos en el corazón. Y el corazón de un cristiano ama y hace el bien.
Un letrado que ha escuchado hablar a Jesús le hace una pregunta con la intención de ponerlo a prueba o con la intención de que le responda a una duda.
Jesús no sólo le responde con unos conocimientos que dejan ver su sabiduría, sino que le responde con una autoridad que hace que se gane el respeto de este jurista, porque lo que está en juego no es el poner a examen los conocimientos de Jesús sobre la Ley, sino poner a examen la forma en que Él la interpreta.
Jesús sorprende porque preguntado por el mandamiento primero o principal, responde añadiendo a éste el segundo, y haciendo una unión de ambos, dando a entender que ninguno de ellos se entiende sin el otro.
Y ambos mandamientos subrayan y se sustentan en el amor. Sin amor en la vida de un creyente todo lo demás carece de valor, se queda hueco y se derrumba. El amor cristiano, nos viene a decir Jesús, tiene dos centros, el amor a Dios y el amor al prójimo. Se trata de un mismo amor en una misma intensidad, dos formas de amar inseparables. A Dios no se puede entender sin el hombre y al hombre no se puede entender sin Dios. No se puede amar a Dios si no amas al hombre y no puedes amar al hombre si no amas a Dios. Son las dos caras de una misma moneda.
El amor a Dios para Jesús no es un mero sentimiento sino que es una entrega total cuando lo pones en el centro de todo y por encima de todo. Dios no se contenta con poco ni a Dios le puedes dejar las sobras, o tenerlo en un rincón de tu corazón. Él no puede quedar como un adorno en tu vida o como el teléfono de "urgencias" al que llamas cuando estás en apuros. Dios es mucho más. Dios lo tiene que ser todo para ti. Hay que amar a Dios a lo grande, sin complejos, sin miedos, sin reservas y sin comparaciones. Creer en Dios va más allá del mero hecho de conocerlo: porque cuando de verdad se cree, de verdad se ama.
Y quien ama a Dios ha aprendido a vivir la vida de otra manera, a disfrutarla desde sus esencias, a liberarse de comodidades que esclavizan y de deseos que crean dependencia. Quien ama a Dios vive la vida apasionadamente y con la alegría que da el ver las cosas en positivo y con esperanza.
Quien ama a Dios se siente hijo y se siente hermano de todos y se compromete con el que tiene más cerca, su prójimo (el próximo). Y ama a sus hermanos desde la entrega y el servicio que supone darle la misma importancia a ellos y a sus necesidades, tanta como a las suyas propias.
Me llama la atención que Jesús no dice: "Amarás a tu prójimo más que a ti mismo", sino que más bien dice: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Hay gente que cuando ama al otro más que así mismo vive en una dependencia angustiosa porque termina haciendo al otro tanto el centro de su vida, que vive sólo para el otro y se descuida de sí mismo. Esa dependencia puede ser enfermiza y destructiva.
Jesús no habla de un amor que lleve toda tu vida a una dependencia del otro y de los demás. Porque Jesús parte de un hecho, que yo quisiera destacar hoy: aunque ames mucho a los demás no puedes dejar de amarte a ti mismo, pues la caridad empieza con uno mismo para continuar en el otro. Tú también necesitas quererte y cuidarte pero sin olvidarte ni dejar de querer y cuidar a los demás. No te encierres en ti y ábrete a los otros. Así serás libre, con satisfacción interior inmensa y con un afecto ordenado. Porque el amor cristiano, en amor a Dios y en amor a los demás, sana, hace crecer y llena de felicidad.
Con esta respuesta de Jesús, dice el texto del Evangelio, nadie más se atrevió a preguntar. Porque ya está todo dicho y porque la palabra de Jesús no se puede poner en duda. Sobran las preguntas, ahora hacen falta vivir las respuestas, porque los hechos hablan de lo que tenemos en el corazón. Y el corazón de un cristiano ama y hace el bien.
Emilio José Fernández, sacerdote