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La semana pasada Marcos nos narraba ese avance en la misión de Jesucristo y en una nueva etapa en la que el Maestro elige a colaboradores más directos para que le ayuden en esa tarea misionera de anuncio del Reino de Dios, y los envía de dos en dos, como comunidad, reforzando así la tarea evangelizadora de Cristo y de su Iglesia. La misión forma parte de la vocación de todo cristiano que ha sido bautizado y que testimonia su fe.
En el pasaje de hoy nos encontramos con el regreso de estos primeros misioneros y el encuentro que tienen con el Maestro. Es de suponer que se trata de un encuentro en ambiente familiar, en el que el Maestro se interesa por ellos, que le comparten su experiencia, transmitiéndole sensaciones y emociones, la alegría de lo conseguido y la preocupación por los fracasos. De esta forma Jesús, además de ser el Maestro, Marcos nos lo descubre en un aspecto tan humano como el de ser también el amigo y el confidente. Jesús se interesa por ellos y los cuida, por lo que, conocedor del cansancio de la misión, les proporciona un descanso llevándoles a un lugar donde poder estar en recogimiento y con más intimidad.
Esta parte es preciosa porque Jesús nos ofrece a todos los cristianos momentos donde no sólo alcanzar la paz sino donde encontrarnos con Él de manera más íntima para descansar en Él nuestros desgaste en el día a día de la vida. La oración, como ruptura momentánea del ritmo de trabajo y de trajín diario, y como encuentro familiar y reposado con el Señor, es necesaria tenerla y a veces la echamos de menos cuando no es tan fácil conseguir tiempos y espacios para ello. Y Jesús, al igual que reservó parte de su tiempo para dedicárselo a aquellos discípulos que colaboraron con Él en su misión, también te lo dedica a ti cuando en la oración sales a su encuentro.
El anuncio del Reino de Dios es un trabajo que puede ocupar todo nuestro calendario y al que le puedes dedicar horas ilimitadas. El trabajo misionero de un cristiano, de un sacerdote que pastorea, en definitiva, de quien tiene una tarea pastoral en la Iglesia, no es el de un funcionario estatal, porque la gente te busca cuando te necesita y a la hora que les viene bien. Esta experiencia que tenemos muchos, también la tuvo Jesús con sus primeros discípulos, que tienen dificultad de encontrar tiempo para el descanso y lugar donde retirarse, pues el pueblo no sólo lo busca sino que hasta se le adelanta para salirle al encuentro. La respuesta de Jesús en estos casos es tremendamente humana, porque su reacción es la de tener compasión de ellos, de todas las personas que acuden a Él con el agobio de sus problemas y de sus necesidades. Jesús les escucha, les enseña y les ayuda. Y para ello les dedica el tiempo que hace falta interrumpiendo su agenda, sus otros compromisos, o el cuidado de los que forman su círculo más inmediato. Cuando alguien que lo necesita se cruza en su camino, Él lo deja todo para atenderlo.
El pueblo acude a Él porque se siente necesitado de Dios y se siente como oveja sin pastor por el abandono de los líderes y la decepción ante los falsos pastores. Jesús no puede descansar con los suyos, ni comer su pan... porque ha de compartir con el pueblo todo lo que Él tiene. Por lo tanto, esta actitud de Jesús es al mismo tiempo una crítica a los jefes que descuidan la atención de la gente y que no atienden las necesidades del pueblo. Jesús denuncia la corrupción de los dirigentes tanto políticos como religiosos de su momento, porque no sirven al pueblo sino que manipulan al pueblo y se sirven del pueblo para llevar ellos una vida mejor. Cuando la Iglesia no es del pueblo no es verdadera Iglesia. Una comunidad cristiana, la que sea, cuando no es del pueblo, no es verdadera comunidad cristiana. Cuando nos encerramos en nosotros y en los nuestros, y nos olvidamos del pueblo y de que nosotros también somos pueblo, dejamos de ser buenos seguidores del Maestro que se sintió pueblo y vivió para su pueblo.
En nuestro tiempo y en nuestra sociedad tan satisfecha de tanto como tenemos, lo que más se echa en falta y de menos es la fuerza atractiva y la ejemplaridad de los buenos líderes. Muchos que se presentaron como los nuevos salvadores han decepcionado por su ambición de poder y de dinero y por anteponer lo personal a lo comunitario. Ese fraude que sentimos nos lleva a la sensación de estar como ovejas sin pastor. A pesar de tener tantas ofertas como tenemos para ser felices y para sentirnos realizados, sin embargo nos sentimos engañados y sin un futuro cierto, sobre todo los jóvenes.
Nos hemos encontrado en los relatos evángelicos a un Jesús incansable, que no para y siempre tan ocupado que nos cuesta imaginarnos a un Jesús que busca retirarse y descansar. La compasión que tiene por el pueblo se traduce en la enseñanza y en la ayuda que Él les ofrece, que les hace sentir la misericordia que les llena el corazón como nadie lo hace. Los discípulos, testigos directos de su compasión, deberán hacer lo mismo, poniéndose al servicio de Jesús y del pueblo.
Hay tanto por hacer, sin embargo, Jesús también nos invita al descanso, a tener momentos para estar con Él y para reponer fuerzas. Jesús, como cualquier persona, necesitó de momentos y espacios para el descanso, y así nos lo recomienda. Necesitamos de momentos y espacios para el descanso físico, para la meditación sobre nuestra vida y nuestra propia misión, para el sosiego y la paz interior. Todos necesitamos hacer un parón, una pausa en nuestra vida para retomar fuerzas, para oxigenar el espíritu y para desconectar de un activismo mecánico que nos llena de tensiones y nos satura hasta psicológicamente.
Las personas necesitamos tener días de fiesta para hacer fiesta. En una sociedad como la nuestra donde se busca la eficacia el descanso se considera una pérdida de tiempo. Pero las personas necesitamos más que un tiempo para recuperarnos, pues necesitamos un tiempo para encontrarnos con nosotros mismos, para ordenar nuestra vida, para llegar a las raíces que dan sentido a lo que somos y a lo que hacemos. Por eso el verdadero descanso no es un tiempo muerto, un tiempo desaprovechado, no es un egoísmo que nos aparta para desentendernos de los demás, que nos permite divertirnos y pasarlo bien, sino que es una necesidad que nos re-crea, nos hace de nuevo, para que volvamos con fuerzas renovadas e ilusionados al ritmo cotidianos de la vida. Por eso, el discípulo de Jesús ha de alternar armoniosamente trabajo y descanso, dicho de otra manera: acción y contemplación, praxis y oración. El uno sin el otro nos deja a medio gas.
Este relato de hoy nos viene bien para todo el año, pero en esta época en la que muchos tomaremos unos días de descanso, es bueno que, aparte de ir a la playa, visitar monumentos, disfrutar de la familia, etc., tengamos momentos y espacios para dedicárselos a estar con el Señor como no nos lo podemos permitir el resto del año. Retiros del alma que necesita descansar en el Señor para llenarse de paz y sosiego, para alimentarse espiritualmente de Aquél que sabe llenarla con su palabra y los sacramentos. Descansar nos es desaparecer e ivernar en un sueño profundo, sino hacer lo diferente para cuidar más lo que no siempre podemos cuidar por estar dedicados a otros menesteres. Por eso también necesitamos irnos de vacaciones con el Señor o de tener en vacaciones momentos de descanso con Él.
En el pasaje de hoy nos encontramos con el regreso de estos primeros misioneros y el encuentro que tienen con el Maestro. Es de suponer que se trata de un encuentro en ambiente familiar, en el que el Maestro se interesa por ellos, que le comparten su experiencia, transmitiéndole sensaciones y emociones, la alegría de lo conseguido y la preocupación por los fracasos. De esta forma Jesús, además de ser el Maestro, Marcos nos lo descubre en un aspecto tan humano como el de ser también el amigo y el confidente. Jesús se interesa por ellos y los cuida, por lo que, conocedor del cansancio de la misión, les proporciona un descanso llevándoles a un lugar donde poder estar en recogimiento y con más intimidad.
Esta parte es preciosa porque Jesús nos ofrece a todos los cristianos momentos donde no sólo alcanzar la paz sino donde encontrarnos con Él de manera más íntima para descansar en Él nuestros desgaste en el día a día de la vida. La oración, como ruptura momentánea del ritmo de trabajo y de trajín diario, y como encuentro familiar y reposado con el Señor, es necesaria tenerla y a veces la echamos de menos cuando no es tan fácil conseguir tiempos y espacios para ello. Y Jesús, al igual que reservó parte de su tiempo para dedicárselo a aquellos discípulos que colaboraron con Él en su misión, también te lo dedica a ti cuando en la oración sales a su encuentro.
El anuncio del Reino de Dios es un trabajo que puede ocupar todo nuestro calendario y al que le puedes dedicar horas ilimitadas. El trabajo misionero de un cristiano, de un sacerdote que pastorea, en definitiva, de quien tiene una tarea pastoral en la Iglesia, no es el de un funcionario estatal, porque la gente te busca cuando te necesita y a la hora que les viene bien. Esta experiencia que tenemos muchos, también la tuvo Jesús con sus primeros discípulos, que tienen dificultad de encontrar tiempo para el descanso y lugar donde retirarse, pues el pueblo no sólo lo busca sino que hasta se le adelanta para salirle al encuentro. La respuesta de Jesús en estos casos es tremendamente humana, porque su reacción es la de tener compasión de ellos, de todas las personas que acuden a Él con el agobio de sus problemas y de sus necesidades. Jesús les escucha, les enseña y les ayuda. Y para ello les dedica el tiempo que hace falta interrumpiendo su agenda, sus otros compromisos, o el cuidado de los que forman su círculo más inmediato. Cuando alguien que lo necesita se cruza en su camino, Él lo deja todo para atenderlo.
El pueblo acude a Él porque se siente necesitado de Dios y se siente como oveja sin pastor por el abandono de los líderes y la decepción ante los falsos pastores. Jesús no puede descansar con los suyos, ni comer su pan... porque ha de compartir con el pueblo todo lo que Él tiene. Por lo tanto, esta actitud de Jesús es al mismo tiempo una crítica a los jefes que descuidan la atención de la gente y que no atienden las necesidades del pueblo. Jesús denuncia la corrupción de los dirigentes tanto políticos como religiosos de su momento, porque no sirven al pueblo sino que manipulan al pueblo y se sirven del pueblo para llevar ellos una vida mejor. Cuando la Iglesia no es del pueblo no es verdadera Iglesia. Una comunidad cristiana, la que sea, cuando no es del pueblo, no es verdadera comunidad cristiana. Cuando nos encerramos en nosotros y en los nuestros, y nos olvidamos del pueblo y de que nosotros también somos pueblo, dejamos de ser buenos seguidores del Maestro que se sintió pueblo y vivió para su pueblo.
En nuestro tiempo y en nuestra sociedad tan satisfecha de tanto como tenemos, lo que más se echa en falta y de menos es la fuerza atractiva y la ejemplaridad de los buenos líderes. Muchos que se presentaron como los nuevos salvadores han decepcionado por su ambición de poder y de dinero y por anteponer lo personal a lo comunitario. Ese fraude que sentimos nos lleva a la sensación de estar como ovejas sin pastor. A pesar de tener tantas ofertas como tenemos para ser felices y para sentirnos realizados, sin embargo nos sentimos engañados y sin un futuro cierto, sobre todo los jóvenes.
Nos hemos encontrado en los relatos evángelicos a un Jesús incansable, que no para y siempre tan ocupado que nos cuesta imaginarnos a un Jesús que busca retirarse y descansar. La compasión que tiene por el pueblo se traduce en la enseñanza y en la ayuda que Él les ofrece, que les hace sentir la misericordia que les llena el corazón como nadie lo hace. Los discípulos, testigos directos de su compasión, deberán hacer lo mismo, poniéndose al servicio de Jesús y del pueblo.
Hay tanto por hacer, sin embargo, Jesús también nos invita al descanso, a tener momentos para estar con Él y para reponer fuerzas. Jesús, como cualquier persona, necesitó de momentos y espacios para el descanso, y así nos lo recomienda. Necesitamos de momentos y espacios para el descanso físico, para la meditación sobre nuestra vida y nuestra propia misión, para el sosiego y la paz interior. Todos necesitamos hacer un parón, una pausa en nuestra vida para retomar fuerzas, para oxigenar el espíritu y para desconectar de un activismo mecánico que nos llena de tensiones y nos satura hasta psicológicamente.
Las personas necesitamos tener días de fiesta para hacer fiesta. En una sociedad como la nuestra donde se busca la eficacia el descanso se considera una pérdida de tiempo. Pero las personas necesitamos más que un tiempo para recuperarnos, pues necesitamos un tiempo para encontrarnos con nosotros mismos, para ordenar nuestra vida, para llegar a las raíces que dan sentido a lo que somos y a lo que hacemos. Por eso el verdadero descanso no es un tiempo muerto, un tiempo desaprovechado, no es un egoísmo que nos aparta para desentendernos de los demás, que nos permite divertirnos y pasarlo bien, sino que es una necesidad que nos re-crea, nos hace de nuevo, para que volvamos con fuerzas renovadas e ilusionados al ritmo cotidianos de la vida. Por eso, el discípulo de Jesús ha de alternar armoniosamente trabajo y descanso, dicho de otra manera: acción y contemplación, praxis y oración. El uno sin el otro nos deja a medio gas.
Este relato de hoy nos viene bien para todo el año, pero en esta época en la que muchos tomaremos unos días de descanso, es bueno que, aparte de ir a la playa, visitar monumentos, disfrutar de la familia, etc., tengamos momentos y espacios para dedicárselos a estar con el Señor como no nos lo podemos permitir el resto del año. Retiros del alma que necesita descansar en el Señor para llenarse de paz y sosiego, para alimentarse espiritualmente de Aquél que sabe llenarla con su palabra y los sacramentos. Descansar nos es desaparecer e ivernar en un sueño profundo, sino hacer lo diferente para cuidar más lo que no siempre podemos cuidar por estar dedicados a otros menesteres. Por eso también necesitamos irnos de vacaciones con el Señor o de tener en vacaciones momentos de descanso con Él.
Emilio José Fernández, sacerdote