jueves, 21 de diciembre de 2017

Evangelio Ciclo "B" / CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO.

Dios la eligió y la llamó. La desconocida, la pequeña e insignificante, se convirtió en la bendita que posibilitó la venida del Salvador. Modelo para la Iglesia y amada por sus nuevos hijos e hijas.


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Iniciamos la cuarta y última semana del Adviento, con pocas horas de duración porque en la misma tarde del domingo comenzamos el tiempo litúrgico de la Navidad, en la Noche Santa.

El pasaje del Evangelio de hoy es el anuncio de la venida del Mesías a quien será su propia madre, María de Nazaret, por lo que la promesa mesiánica ya es un hecho visible en el vientre de una joven virgen, en forma de milagro que es como Dios suele hacer las cosas y de dejar su huella.

Lucas comienza este pasaje situándonos con datos y detalles en la escena de la Anunciación, pero no precisa tampoco demasiado, porque lo importante es la acción de Dios que se nos narra como un suceso real e interpretado desde la fe. El embarazo de una muchacha es algo común y frecuente, lo extraordinario en este caso es el modo en el que ocurre y todo lo que acontece después, porque las consecuencias son de un alcance presente hasta en nuestros días, habiendo pasado tantos siglos.

Este anuncio sigue el esquema literario de la Biblia, donde tenemos el enviado de Dios (el ángel), el destinatario o destinataria (la Virgen María), el anuncio y la consulta, las dudas y la aceptación del consultado o consultada, y la retirada del mensajero o enviado.

Hemos de partir de la base y tener muy claro que este relato no se escribe con una intención histórica o periodística sino teológica, para transmitir un hecho de fe, por eso la ausencia de fechas, etc.

Previamente a este anuncio del nacimiento de Jesús a María se ha producido también el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista con un esquema semejante, por lo que nos servirá mucho en nuestra comprensión la comparación de ambos relatos.

Dos lugares diferentes, Jerusalén y Nazaret (Galilea). En Jerusalén está el Templo y la élite religiosa del judaísmo, y es la capital política de Israel. Nazaret es una aldea insignificante que no aparece nombrada en el Antiguo Testamento ni en las profecías mesiánicas. Nazaret pertenece a la región de Galilea, lugar de paganos y de pecadores. El Salvador viene donde no se le espera pero para quienes más lo necesitan. Una vez más la humildad de un Dios que prefiere a los humildes y a los últimos, y que no deja de sorprendernos.

El mensajero es el mismo, un ángel de Dios, pero el destinatario en cada caso es distinto. Zacarías, padre de Juan el Bautista, es un anciano sacerdote que sirve en el Templo de Jerusalén, cuya esposa, Isabel, es una anciana estéril. María, madre de Jesús, es una joven muchacha, una mujer, desposada con José pero sin estar conviviendo aún. En este último caso observamos nuevamente la novedad del Evangelio, donde una mujer, que era considerada muy inferior al hombre en la religión y en la sociedad de su tiempo, se convierte en la elegida para tan gran misión. Isabel deseaba y esperaba ser madre, María, en cambio, va  a dar a luz cuando todavía no lo esperaba porque ella representa a los pobres de Israel, al pueblo de Dios fiel y sin pretensiones.

Zacarías se muestra incrédulo ante tal anuncio, mientras que María aparece confiada y obediente, se fía de las palabras del mensajero aunque humanamente no comprende lo que le va a su suceder. Y ahí está la grandeza de una humilde mujer que supo ser generosa con Dios y que se puso a su disposición al saber que Dios la necesitaba. Y ella que ha acogido el mensaje, no quedará muda como el temeroso Zacarías sino que cantará el Magnificat como himno de los débiles a los que Dios ama y de los que no se olvida.

Juan el Bautista será un profeta grade mientras que Jesús es el Mesías e Hijo de Dios. Juan recibirá el Espíritu Santo antes de su nacimiento pero después de su concepción como todos los demás humanos mientras que Jesús será concebido por obra del Espíritu Santo para subrayar su filiación divina, pues será reconocido como Hijo del Altísimo.

Este pasaje se centra en la figura de Jesús, que, siendo el hijo de María, será ante todo el Hijo de Dios encarnado. Dios nos viene a visitar vestido de nosotros mismos, en la fragilidad y en la grandeza de la vida humana. Dios no se ha podido hacer más cercano ni rebajarse más. Y este milagro sólo se explica desde el amor por la humanidad. Los profetas anunciaban la venida de un Mesías pero Dios nos sorprende enviado a su Hijo, en el que nos lo da todo como un derroche de amor y de confianza. Dios se ha vaciado de lo que más quería y de lo que más le importaba, y lo ha puesto en las manos de una joven,  de una inexperta e indefensa muchacha, y lo ha colocado en una familia sencilla de un lugar desconocido. El Hijo de Dios no ha venido entre los grandes sino que ha venido en su pequeñez para estar más cerca de los más pequeños. Dios rompe las expectativas y las lógicas sociales y humanas. Por eso el Evangelio es Buena Noticia, porque anuncia una nueva forma de hacer las cosas y de entender a Dios.

El Espíritu Santo hará posible lo imposible, y de la nueva Eva, María, nacerá el nuevo Adán, Jesús, en una nueva creación llevada a cabo por el Dios que es amor. Y con Cristo nace una humanidad nueva y un nuevo pueblo de Dios, los nuevos hijos e hijas de Dios, la Iglesia, cuando cada uno de nosotros por el Bautismo recibimos el Espíritu Santo que ya nunca nos dejará.

Ya el Templo no está en Jerusalén como único lugar para dar culto a Dios, sino que con Jesucristo la humanidad de cada hombre y mujer bautizado y bautizada se convierte en el templo del Espíritu Santo. Esa es nuestra grandeza de hijos e hijas de Dios, adquirida tal dignidad por el Hijo que nos hace también hermanos.

El foco de nuestra atención también lo pone Lucas en la joven María, de la que nos da prácticamente como único dato su nombre. Y nos la presenta sin más curriculum ni más informes, pero nos la desvela con sus actitudes, porque nos presenta a la mujer de fe y el interior de un corazón que ha sabido amar, escuchar, obedecer y servir a Dios, al que ha acogido como niño en su vientre, amándolo desde el primer día sin separarse de Él, en una fidelidad que comienza con su Sí en aquel día inolvidable en el que todo comenzó con una visita del Altísimo.

Emilio José Fernández

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