En este relato se pone de manifiesto el fracaso que Jesús siente cuando sus discípulos no han entendido su mensaje del Reino de Dios y siguen en la disputa por ostentar los primeros puestos, en su afán de poder, dominio y privilegios en la comunidad.
Camino de Jerusalén, los discípulos esperan que cuando lleguen suceda el triunfo del Mesías. De ahí que Santiago y Juan, hijos de Zabedeo, se adelanten al resto de sus compañeros para ser tenidos en cuenta por Jesús a la hora del reparto del poder.
Lo que Marcos pone en evidencia son las tentaciones de los discípulos por las grandezas de este mundo y los eternos pecados que tenemos que superar los cristianos dentro de la vida comunitaria, tanto como civil como eclesiástica: por un lado, están el egoísmo, la vanidad, el deseo de poder y la ambición; y, por otro lado, están las envidias y los celos.
En lo más profundo de nuestro ser, las personas llevamos encarnado el deseo de grandeza, que es lo mismo que querer sobresalir y estar por encima de los demás, dominar y someter al que tenemos al lado y manipular a los que nos rodean para que hagan y sean lo que nosotros queramos.
Jesús pretende dejar claro que el discípulo tiene que parecérsele en el servicio y la entrega a los hermanos hasta el final y con todas las consecuencias, inclusive la de dar la vida por los demás. Los grandes para Jesús no son los jefes ni los poderosos, sino los que saben crecer y madurar como hijos e hijas de Dios, poseyendo un corazón cada vez más grande para amar y servir.
