viernes, 22 de septiembre de 2023

VIGÉSIMO QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 



EL AMOR DE DIOS, UN DON POR IGUAL


Mateo 20,1-16

Dios nos desconcierta continuamente porque actúa de una manera inesperada para quienes no hemos llegado a comprender su bondad y su manera de amar.

Este es el gran mensaje de la parábola de los obreros de la viña, que son tratados todos por el amo de la misma manera, aunque hayan sido contratados en distintos momentos y no hayan trabajado las mismas horas.

El amor de Dios no busca la correspondencia ni es un premio a los mejores, sino que es un don inmerecido y que gratuitamente se nos da.

La justicia humana, como nuestra manera de relacionarnos emocionalmente, no tiene que ver nada con el corazón de un Dios que resulta ser más humano que nosotros mismos.

Jesús nos desvela un Dios novedoso y sorprenderte frente al Dios que nosotros imaginamos, empequeñecemos y hacemos a nuestra medida.


DESARROLLO

Un relato desconcertante es la parábola de los jornaleros de la viña, que Jesús cuenta a sus discípulos como una creación suya sacada de la realidad común, repetida y conocida por los habitantes de las aldeas de la Galilea de la época, cuya finalidad es ayudar a que, los oyentes de la misma, rompamos nuestra imagen de un Dios metódico, calculador y previsible frente al Dios que es amor, que rompe esquemas y que sorprende.

La razón de la enseñanza de esta parábola, está en que las primeras comunidades cristianas, especialmente las que son pastoreadas por el evangelista Mateo, la mayoría de sus miembros proceden de la religión judía, y éstos no ven con buenos ojos la entrada de nuevos miembros de origen pagano, a los que se les consideraban pecadores; ni menos aun que estos últimos puedan gozar de los mismos privilegios que quienes se consideraban más justo o de mayor antigüedad.

La composición de esta parábola se inicia situándonos en una escena muy familiar en la que el dueño de una viña va a la plaza del pueblo donde desde primeras horas del día ya se encontraban los obreros para ser contratados. En ese momento son contratados los primeros, clientes habituales, a los que se les pagará una cantidad de dinero ya acordada.

A lo largo del día el dueño de la viña sigue contratando a otros obreros que estaban esperando en la plaza. Nosotros, como oyentes de esta narración y con un sentido de equidad, entendemos que cada uno de los obreros al final de la jornada cobrará según las horas de trabajo que haya realizado. Pero el desenlace nos sorprende y hasta escandaliza, porque ocurre lo inesperado: todos los obreros, independientemente del tiempo que hayan trabajado, cobran lo mismo. Lo cual despierta en los primeros obreros y en nosotros un sentimiento de injusticia. No entendemos en este caso que todos sean tratados del mismo modo. 

Lo que desconcierta de la parábola es que los favorecidos no hayan sido los primeros sino los últimos, los cuales han trabajado menos y han recibido lo mismo. Esto despierta las quejas y las críticas de los primeros obreros y también las nuestras por la falta de distinción. Lo que enfada en realidad no es la igualdad de los salarios, sino la bondad del dueño de la viña, que los ha querido y los ha tratado a todos del mismo modo.

Nos desconcierta muchas veces el modo de actuar de Dios, al que creemos conocer bien, porque no hemos sabido comprender su manera de amar. Esta manera de amar, que es lo que más nos descoloca, es en generosidad, gratuidad e igualdad. Esta forma de amar nunca la aceptaremos desde el egoísmo, el individualismo y la envidia. El reino de Dios es para todos, no es solo para unos privilegiados. Es para los pecadores también, no es solo para quienes se consideran justos. Dios es acogida, perdón y misericordia…, es bueno. Y no podemos escandalizarnos de que sea así, sino más bien alegrarnos. No te sientas merecedor de nada porque todo lo que has recibido y tienes es un don: todo lo has recibido por amor y de manera inmerecida. 


Emilio J. Fernández, sacerdote

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