Lucas 3, 7-20
Este domingo la Iglesia celebra en la liturgia el Domingo “Gaudete”, de la Alegría, como un anuncio de que ya vamos entrando en la segunda y última etapa de este tiempo de preparación y conversión a la espera de la venida del Señor.
Aparece nuevamente el profeta Juan el Bautista (un hombre de oración, de soledades y de austeridad) en medio del pueblo dirigiéndose con un lenguaje directo y sin rodeos, denunciando los comportamientos corruptos y las injusticias llevadas a cabo también por el rey Herodes, lo cual le va a suponer el arresto y la muerte.
Juan siente que ha sido elegido por Dios con la misión de anunciar a su Mesías, de preparar el camino para la llegada de éste. Y ese anuncio e invitación a la conversión no sólo lo va a llevar a cabo con sus palabras y con su mensaje, sino con un rito que se hizo muy popular: el bautismo. La gente acudía a él para escucharle, para purgarse de sus pecados y comenzar una nueva vida. Para lo cual, él los hundía en las aguas del río Jordán, como signo de limpieza (el agua limpia la suciedad) y de un nuevo comienzo de vida (el agua está en el origen de la vida). Los israelitas entraban por una orilla del río, con una historia personal, con unos pecados concretos, con un deseo de arrepentimiento…, y salían de las aguas, tras ser sumergidos en ellas, por la otra orilla, dejando atrás el pasado personal, sintiendo la misericordia divina y comenzando una nueva vida reconciliados con Dios.
Juan no se pone así mismo más de lo que le corresponde, y aunque algunos de su tiempo lo confunden con el Mesías, él disipa esas dudas dejando claro que su tarea es la de bautizar con agua, porque él también espera la llegada de quien le supera en extraordinaria grandeza; y expresa su humildad de manera simbólica con el gesto de no merecer ni desatar las sandalias al Mesías, trabajo que le correspondía a la gente inferior, a los esclavos y sirvientes.
Juan anuncia la llegada de la justicia de Dios, tema tan presente en la Biblia, pero lo expresa en tono amenazante y con violencia para subrayar que Dios no permanece impasivo ante las situaciones de marginación, pobreza, pérdida de derechos de sus hijos e hijas, etc. Dios es recto e implacable ante esas situaciones injustas, y no se deja engañar ni persuadir por quienes miran para otro lado, aunque sean los líderes religiosos o creyentes piadosos.
Juan pide la conversión de sus oyentes, lo cual no favorece la escucha. Pero él pide sinceridad y arrepentimiento de corazón. La justicia no se consigue si no hay una transformación de las personas, de su manera de pensar y de sentir. Para obrar con justicia el ser humano ha de hacer un cambio de verdad y no superficial, de buenas palabras y propósitos, sino de un auténtico cambio de actitudes y sentimientos.
Para Juan, la conversión es necesaria para todos, porque por nuestra humanidad somos pecadores, incluso los descendientes de Abrahán, es decir, los judíos. Todos, sin excepción, tenemos que convertirnos y practicar la justicia.
Este gran profeta deja claro que la verdadera conversión va acompañada de unos buenos frutos, los cuales están relacionados con la justicia de unos con otros, que se traduce en el compartir y ser solidarios, cada uno desde su situación y circunstancias.
Juan no invita a cambiar de vida con un cambio de trabajo o de profesión, sino que nuestro trabajo y profesión es practicar la justicia con el prójimo. No hay trabajos dignos e indignos, la dignidad de lo que haces está en que todo lo hagas con justicia, haciendo el bien, y beneficiando al que lo necesita. Todo ello nos ayudará a crear un mundo más justo, más digno, más humano y más fraterno, que, en definitiva, es el deseo y el sueño de Dios.
Juan anuncia un bautismo nuevo, no con agua como el que él realiza sino con fuego, como lo realizará el Mesías, es decir, con la acción del Espíritu Santo, será Dios mismo el que bautice y quien actúe en nosotros y en lo más profundo de nuestro ser.
Invitados por Juan el Bautista a la conversión en este camino del Adviento, somos también llamados y motivados por la Palabra de Dios a tener nuestra mirada centrada en Jesucristo, el que viene a transformar nuestras vidas y a dar un nuevo sentido a lo que somos. Por eso el Adviento significa para nosotros tiempo de conversión y de desear la justicia de Dios.
Emilio José Fernández, sacerdote