Una vez más nos encontramos ante la curación de un enfermo, en este caso se trata de un ciego, que es sanado en un acto sencillo y lleno de ternura. Nos hallamos en una región de desiertos polvorientos, de bastante luminosidad solar y de poca higiene, por lo que la ceguera sigue siendo en la actualidad muy frecuente. A ello se debe que presenciamos en los evangelios varias curaciones que hace Jesús a personas ciegas. Ellos representan a esa parte de la sociedad que estaba marginada, sin futuro y desamparada al estar obligados a buscarse la vida desde la mendicidad.
Marcos coloca este relato después de los diálogos correctivos que Jesús ha tenido con sus discípulos, y al final del viaje de subida a Jerusalén y antes de entrar en la ciudad Santa, y lo ha hecho con toda la intencionalidad, para hacerles una severa crítica por la incomprensión y por la oposición a Jesús cuando les ha hablado de dar la vida, de compartir, de ponerse en el lugar de los últimos, de arrancarse los ojos para entrar en el Reino de los Cielos, de la fidelidad matrimonial, etc.
La curación de este ciego a las afueras de la ciudad de Jericó no es el relato de un suceso más, sino que se trata de una catequesis con la que enseñarnos a todas las personas la necesidad que tenemos de cambiar y de convertirnos. Bartimeo es un hombre al que le falta la luz, se encuentra sentado, en actitud pasiva, al borde del camino por el que pasaba el Señor, es decir, alejado de Dios y de la comunidad creyente que le acompaña. Es un mendigo cuya vida depende de la caridad de los demás, pero, el relato subraya que, dentro de este hombre, todavía hay una fe que le permite pedir ayuda a Jesús e incorporarse al camino de la salvación.
Igual que a los hijos de Zebedeo, Jesús atiende la llamada de Bartimeo y le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. La diferencia en la respuesta es sorprendente, mientras que los dos hermanos lo que deseaban era sentarse al lado de Jesús, en los primeros puestos, el ciego lo que desea es levantarse porque está cansado de estar sentado y al borde del camino, sin poder hacer su vida. El ciego lo que desea es poder recuperar la vista para poder seguir a Jesús. Lo cual lo convierte en un ejemplo y modelo para todo discípulo. El camino de la fe no es fácil, y necesitamos la ayuda del Señor para recorrerlo, y mejor si lo hacemos junto a Él.
El ciego ha gritado a Jesús y no ha dejado que los que le acompañan acallen su voz, gritando más alto. Ha apartado el manto, ha dado un salto y se ha acercado al Señor, lo cual muestra su gran deseo, su convencimiento y su firme decisión de que Cristo intervenga en su vida. Aquí también Jesús corrige a los suyos que pueden tener actitudes de círculo cerrado, de actuar de forma selectiva y de escoger sólo a discípulos que consideran perfectos. Jesús por eso para a su comitiva, a su comunidad, para mostrarle que el verdadero seguidor de Jesús es el que actúa con misericordia y caridad.
Jesús pone luz en la vida del ciego, porque el Señor es la Luz del mundo, por lo que el ciego pasa de la pasividad a la actividad, a la misión, después de haber orado e implorado con humildad la ayuda a su Señor. En el Bautismo pasamos de la oscuridad a la luz, de estar al margen a formar parte de la comunidad, de la Iglesia, de no tener ninguna implicación desde la fe a ser evangelizadores y comprometidos con el Reino de Dios. Vemos aquí el proceso de la fe que hemos de recorrer cada uno, que pasa por una conversión.
El ciego no pide limosna, más bien pide la salud y la vida a quien sólo puede darnos ambas por ser el Hijo de Dios. Nosotros también tenemos nuestras cegueras provocadas por nuestros pecados, nuestras dudas y nuestra soberbia de estar convencidos de saberlo todo. Nosotros también nos quedamos sentados en la orilla del camino cuando nos alejamos de la vida de la Iglesia y de la comunidad cristiana. Nosotros somos esos ciegos acomodados y conformistas que no buscamos la superación a través conversión, ni nuestra salvación a través de los sacramentos, la oración y la limosna en el compartir y en la caridad fraterna.
Emilio José Fernández, sacerdote