Este relato, compuesto por tres perícopas (fragmentos) bien diferenciadas, es el último capítulo del Evangelio de Juan, aunque parece más bien un apéndice, ya que supuestamente este evangelio termina en el capítulo anterior.
Situados en el lago Tiberíades (nombre pagano del lago de Galilea), nos encontramos en un escenario universal y de increencia. Y es aquí, fuera de Jerusalén y de un ambiente religioso, donde un grupo de siete discípulos, que representan la totalidad de la Iglesia, después de haber sido enviados por Jesús a la misión, realizan la tarea evangelizadora de la comunidad cristiana en medio de las dificultades del mundo, simbolizada en la acción de la pesca.
La evangelización no es una labor individual, sino que compromete a toda la comunidad. El éxito de la misión no depende solo de nuestro esfuerzo y empeño, sino de sentirnos colaboradores del Señor resucitado, que nos orienta con su palabra y nos alimenta con la Eucaristía.
La segunda perícopa es un encuentro y diálogo íntimo entre Jesús y Pedro, el líder y representante del grupo de los discípulos. Pedro tiene un asunto pendiente con el Maestro tras haberlo negado tres veces antes de la crucifixión y porque no siempre comprendió a Jesús, pues él entendió el liderazgo desde el poder y no desde el servicio y la entrega a los demás. Jesús examina por tres veces los sentimientos de Pedro, el cual reafirma por tres veces su amor al Resucitado. Es el amor al Señor, y no sus cualidades, el que lo capacita para ser elegido como aquel que se hará cargo de la comunidad cristiana en nombre de Cristo.
La tercera perícopa es la conclusión del Evangelio de Juan, libro que recoge el testimonio y la experiencia personal y comunitaria de los creyentes en el Resucitado.